jueves, 14 de octubre de 2010

La esencia patrimonial de Guatemala



La Cordillera Volcánica, en Guatemala, ha funcionado a la manera de un peculiar corredor biológico. Gracias a esa maravillosa propiedad, sus bosques se han ido configurando desde los últimos 16 millones de años, cuando menos. Es decir, de simientes que proceden de lejanas latitudes, y que principiaron a establecerse aquí desde mediados del período Mioceno de la historia de la vida sobre la Tierra.
Por aquellos lejanos tiempos, llegaron las primeras oleadas de árboles inmigrantes, procedentes de Norteamérica. Entre los pioneros se contaron las fragantes coníferas: pinos, cipreses, enebros y abetos (localmente pinabetes). Junto a ellas, palmo a palmo, también arribaron las primeras poblaciones de cerezos silvestres, de encinas, alisos, fresnos, nogales y olmos. Su establecimiento formó los primigenios bosques, que hasta hoy persisten, cual reliquias, en hermosos pero frágiles entornos.
Vegetación como aquella avanzó sobre la Cordillera, siempre hacia el sur, en un lento pero inexorable proceso de dispersión. Si algún linaje se topaba con un obstáculo infranqueable, allí quedaría detenido. Sus múltiples especies, si acaso las tuviera, irían quedándose desparramadas en poblaciones que rememorarían sus fantásticas historias. La evidencia de tal portento persiste en los pinos centroamericanos: abundantes y variados en Guatemala, mucho menos en Honduras y El Salvador, escasos en Nicaragua y ninguno en Costa Rica.

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