A principios del siglo XVI, la zona de río dulce, que conecta el lago de Izabal con el mar caribe, era frecuentemente invadida por embarcaciones piratas que tenían como objeto robar las mercancías que se comercializaban entre Guatemala y España.
Para contrarrestar las incursiones de tales vándalos, el Rey Felipe III autorizó en aquel entonces la construcción de una fortaleza en la unión entre el río y el lago, para que fungiera como medio de defensa y ataque.
En sus inicios, la construcción fue levantada como una torre de vigilancia que poco a poco y en medio de numerosos ataques que obligaban a realizar tareas de reconstrucción, se fue ampliando hasta darle forma al castillo.
A decir de algunos historiadores, la vida útil del castillo de San Felipe estuvo vinculada estrechamente a la comercialización y protección del añil, un producto de gran demanda en aquellos tiempos, pero que, paralelo a su decadencia, provocó también el abandono de la fortaleza, que hoy día, solo es un recuerdo de tiempos pasados.
La edificación cuenta con distintas áreas de vigilancia, dotadas de cañones que sin descanso a través de los siglos, continúan expectantes hacia el río y atrapados en su glorioso pasado. En el interior del recinto se pueden observar diferentes salas que en su momento funcionaron como prisión, así como una exposición de armería antigua.
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