Cuentan que una madre llegó a la región para el bautizo de su pequeño, y junto a ella un hombre, quien sería el padrino. Poco tiempo les llevó la ceremonia razón de su viaje, por lo cual hombre y mujer dedicaron un tiempo a pasear por el lugar hasta llegar al pie de un cerro seducidos por el entorno natural.
Cayendo bajo la tentación que el ambiente solitario les ofrecía, sucumbieron al deseo a pesar de su recién adquirido parentesco: compadres. Y, de pronto, se convirtieron en rocas.
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